viernes, 1 de marzo de 2013

El profeta Zaratustra


Hace ya tiempo que leí por primera vez este libro y desde entonces he tenido que volver a él por uno u otro motivo. Ante todo, hay que advertir que se trata de un libro de difícil lectura, como toda la filosofía (tanto por lo que en él se dice como por lo que no se dice), no demasiado adecuado para tener en la mesilla de noche. Encontraremos, escritos en un lenguaje críptico, afirmaciones contundentes y pasajes llenos de lirismo, discursos y prédicas que nos obligarán constantemente a leer entre líneas o a cazar, como una mariposa que pretende escapar de entre nuestros dedos, al vuelo, un sentido que a menudo está sólo sutilmente sugerido y que requiere de nosotros un notable esfuerzo de interpretación. Es, por lo tanto, una obra que hay que leer muchas veces. A su respecto, cabe decirle al autor lo que en el conocido chiste le decía San Pedro a Jesucristo: "¡Maestro! Cada día te quiero más por lo bien que te explicas,...etc".
Nos viene al pelo este chiste porque, en efecto, Nietzsche parodia en su obra el estilo difícilmente calificable, entre solemne y hermético, de los textos sagrados. Zaratustra es un profeta. El personaje histórico vivió hacia el siglo VI a. de C. en Persia, donde reformó la antigua religión irania, de carácter politeísta y muy parecida al hinduísmo. El zoroastrismo, que después Mani convirtió en maniqueísmo, se caracteriza por tener dos deidades (aunque se le considera una religión monoteísta) contrapuestas: Ahura Mazda (que es el espíritu del Bien) y Ahriman (el espíritu del mal). Nuestro Satanás es fruto de la influencia que el mazdeísmo dejó en el judaísmo cuando el cautiverio de Babilonia. Es Zaratustra quien instaura los valores del Bien y del Mal, y también el encargado de superarlos, en la obra de Nietzsche.
Ninguno de los temas que trata en este libro, publicado entre 1883 y 1885, es rigurosamente nuevo. Ciertos aspectos del nihilismo los esboza ya en "Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extramoral", un opúsculo de 1873, y después se irán repitiendo a lo largo de su producción. Un anticipo del superhombre lo podemos encontrar en la figura del hombre dionisíaco, cuyo concepto expone en "El Nacimiento de la Tragedia", de 1872 y en la "Gaya Ciencia", diez años posterior. Por lo que se refiere al eterno retorno, la primera formulación la encontramos en la "Gaya Ciencia", probablemente influído por Heinrich Heine y Schopenhauer . El concepto de "retorno" es clásico (Heráclito y Platón), aunque en Nietzsche no responde a ese sentido cosmológico que tenía para los griegos. En esto se acerca más a Dostoievski, quien en "Los Hermanos Karamázov" (de 1881) lo usará con un sentido moral muy próximo al existencialismo. Para Dostoievski, el hombre está condenado a ser libre y, en el acto libre de elegir, ha de tener en cuenta el carácter irrevocable de la elección. En cada acto elegimos una vez, pero vale como si todo se repitiese eternamente. Sobre este pensamiento volveremos más adelante. En cuanto a la voluntad de poder y el sentido de la Tierra, podemos verlos prefigurados o veladamente sugeridos en la respuesta de Sileno a Edipo, que nuestro filósofo transcribe en "El Nacimiento de la Tragedia". Dice Sileno: "¿Por qué me fuerzas a que te revele lo que más te valdría no conocer? Pero, ya que preguntas, te diré que lo mejor para el hombre es no haber nacido, no ser, ser la nada. O, en todo caso, morir cuanto antes". Inmediatamente después de repetir estas palabras, Nietzsche se pregunta cómo es que, a la vista de tan terrible respuesta, los griegos amasen tanto la vida.
El libro comienza con la decisión de Zaratustra de volver entre los hombres tras diez años de retiro y meditación en la montaña. Con quien primero se encuentra es con un anciano que conoció cuando el ascenso, un hombre santo con quien intercambia unas palabras. Al separarse, Zaratustra se pregunta sorprendido: "¿Será posible? Este santo varón, metido ahí en su bosque, ¡no ha oído aún que Dios ha muerto!". Dios ha muerto, esta es la terrible certeza con que se inaugura la posmodernidad. ¿Pero qué significa que Dios haya muerto? El autor bromea con la muerte de los dioses. "Los dioses han muerto... de risa, al oir decir a uno de ellos que es el único". Eliminar la figura de Dios o suponer que Dios no es el único Dios es la misma cosa. Dios ha muerto a manos de los hombres, pero no en un acto particular de rebeldía, sino por olvido. Qué significa para Dios el hecho de haber caido en el olvido se explica con las palabras con que Zaratustra invoca al Sol de la montaña: "¿Que seria de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas?" Que Dios haya muerto no significa que nos hayamos librado de su persona sino, sobre todo, que nos hemos librado de su oficio. Bien entendido que el oficio de Dios es el de servir de fundamento a todo, desde la moral a la "Verdad". Nosotros podemos substituir la frase "Dios ha muerto" por esta otra: "No hay hechos, sólo interpretaciones". Ambas tienen las mismas implicaciones. El hecho bruto, el hecho verdadero, no existe, de modo que carece de sentido hablar de "conocimiento" o de "verdad". El primer párrafo de "Sobre Verdad y Mentira en Sentido extramoral" es sumamente elocuente. Se trata del texto más antropoexcéntrico (es decir, el menos antropocéntrico) que he leído jamás. Lo transcribo:
"En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la ' Historia Universal' : pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. (...)"
Me permito llamar la atención sobre el hecho de que estos animales "inventaron" el conocimiento, además de la brevedad del minuto que duró el espejismo. Me gustaría, también, sugerir una comparación entre este texto y el sistema geocéntrico de la astronomía tolemaica.
Permitidme insistir en este punto. Para Platón, el mundo cotidiano es una copia del mundo ideal. El centro del mundo aparente, según la cosmología clásica, es la Tierra, y la Tierra es el hogar del hombre, cuya cualidad definitoria es la razón. De modo paralelo, el centro del mundo ideal es la idea rectora del Bien. Pero bien considerado, ¿qué es la idea del Bien sino un principio de racionalidad de cuanto existe?. En efecto, si la Justicia consiste en el sometimiento de cuanto hay a la razón (véase "República", libros I-III), y la Justicia es a su vez la idea inmediatamente inferior al Bien, por lo que a la jerarquía de las ideas se refiere, entonces el Bien ha de ser la posibilidad misma de que todo pueda someterse a la razón. Por eso el Bien es el fundamento de la Justicia. Sólo si lo real es racional podrá someterse a la razón. Así pues, el mundo ideal resulta ser también antropocéntrico.
También el cristianismo considera la centralidad del hombre en la mente de Dios. La razón humana y divina aquí son dispares, incomparables, pero esta diferencia puede salvarse con el recurso a la caridad. No sólo somos los reyes de la Creación, el Pueblo Elegido pasa a ser toda la humanidad como consecuencia del universalismo cristiano aplicado al particularismo judío. Dios ama a todas sus criaturas, pero en particular al hombre, a quien ha creado a su imagen y semejanza.. Y, en calidad de tal, ha sido situado en el centro geométrico de la creación.. De ahí la resistencia de la Iglesia a aceptar el heliocentrismo copernicano.
Según Nietzsche, Dios comenzó a morir el mismo día de su nacimiento, cuando Platón decidió descargar todo el peso del ser en el otro mundo, en el mundo ideal. Por razones de espacio me voy a privar del gusto de reproducir aquí otro texto del "Ocaso de los Idolos" :"Cómo el mundo verdadero acabó por devenir una fábula. Historia de un error". El mundo verdadero, el ideal, es el fundamento del aparente, el mundo cotidiano. Desaparecido el primero, se esfuma necesariamente el segundo. Este es el sentido que Nietzsche le da al término "nihilismo": no se refiere a la muerte de Dios, sino al hecho de anteponer al mundo real supramundos ideales. Donde dice "mundo verdadero" se puede leer "Dios". El autor explica aquí cómo nuestro Occidente moderno se ha olvidado de Dios.
Al pretender que Dios deje de ser una idea rectora, no sólo hemos perdido el fundamento de nuestro sistema de conocimiento, de la ciencia y la moral. Se ha perdido también el sentido, el por qué del uno y la otra. Hasta el momento, todos los hombres creían, o se hacían la ilusión de que cuanto hacíamos tendía a un fin inescrutable, pero fijado por Dios. Los hombres creían en una Hstoria Universal que había de progresar hacia tal fin a pesar de que nuestras acciones particulares parecieran desmentirlo. Y no se trata de una cuestión de fe. La idea de que el mundo progresa, de que avanza en un sentido, nos es familiar a todos, tanto creyentes como ateos.
Mucho más evidente aún, hemos perdido incluso nuestro puesto privilegiado en el universo. Este es, sin duda, el síntoma más evidente de la muerte de Dios, el modo en que más claramente se nos manifiesta. La ciencia moderna se ha impuesto como meta una explicación  última del mundo natural al margen de intervenciones sobrenaturales. Incluso para el más creyente de los científicos. El desarrollo posterior de la física -y también del arte, lo podemos decir ahora que vivimos en época posvanguardista- ha tenido, a marcha cada vez más acelerada, hacia una progresiva desantropomorfización, cada vez obedece menos a lo que denominamos "sentido común". Baste echar una ojeada a la física cuántica, por ejemplo, o a la teoría de la relatividad. Nuestro humano, razonable y euclídeo universo ya no existe. Por otra parte, al menos desde Maquivelo sabemos que la acción política no tiene como finalidad el bien del pueblo, sino la conservación del Estado. Y con Kant aprendimos que la ley moral proviene del reconocimiento del otro como un sujeto, de la pura conciencia de la intersubjetividad. Dios ha ido desapareciendo de nuestro mundo, relegado al olvido. Falta sólo extender el certificado de defunción. Es una idea que ya no sirve para nada, que ya no obliga, que ha llegado a ser inútil. Por tanto, una idea refutada. La muerte de Dios no es la causa de que todo esto se tambalee, es el hecho mismo de tambalearse.
Creo que merecía la pena extenderse en el comentario de la idea de la muerte de Dios. Sólo espero que lo apresurado de mis palabras no haya servido para embrollar más el asunto. El caso es que esclarecer esta primera profecía de Zaratustra nos allana el camino para entender la segunda. Hay que tener en cuenta que un profeta no es un simple adivinador de futuros. Toda profecía versa sobre el presente. Profeta es el que conoce bien su época y es capaz de ver en ella algo que nadie más ha visto. Ni adivina ni predice, simplemente diagnostica a través de síntomas, como un médico con la enfermedad de su paciente.
Esta segunda profecía es una moneda de dos caras, el superhombre y el último hombre. Se trata de dos tipos humanos que resultan del hecho de que la idea de Dios ya no rige. Vimos que la muerte de Dios nos privaba de la posibilidad de emitir juicios de valor con fundamento. Esto es, lo que antes creíamos valioso se nos aparece ahora como falto de valor. Pues bien , de ahí a considerar que lo que antes juzgábamos no valioso es ahora tan válido como cualquier otra cosa, hay solo un paso. Es un paso consistente, pero no consecuente. No tenemos por qué no darlo, pero tampoco estamos obligados a hacerlo. es más, piesna Zaratustra, es preferible no hacerlo. Y sin embargo, Nietzsche ve el riesgo de que la mayoría lo dé.
Se han desvalorizado nuestros antiguos valores, pero no podemos vivir sin valorar. Vivir es valorar y valorar es elegir. Caben, pues, dos opciones: o creamos un nuevo sistema de valores, o valoramos de forma asistemática, desordenada, caótica. Al tipo humano que elige la segunda opción Zaratustra lo conoce como el "último hombre". De este modo, el último hombre valora sin valores, elige sin criterios. En consecuencia, confunde lo valioso con lo agradable. "Nosotros hemos inventado la felicidad", dice. Lo terrible de la profecía de Zaratustra es que podemos reconocer este tipo en el hombre muelle de nuestros tiempos, cuyo agregado es lo que denominamos "masa".. Los anhelos de la masa se reducen a una vida fácil de donde se ha eliminado la responsabilidad. La responsabilidad tiene que ver con el riesgo de elegir mal en una época en que ya no tenemos el apoyo de los viejos valores. El último hombre declina tal responsabilidad, no la quiere, no la asume, no quiere "mandar". Pero tampoco quiere obedecer. En la "Rebelión de las Masas", Ortega dirá que la masa es un tipo humano que cree que no tiene obligaciones, sólo derechos. Se trata de un ejército de lotófagos que vive ajeno a cualquier afán que no sea el inmediato y, en su ceguera, se deja manipular con facilidad. La masa es ingobernable, pero resulta manipulable. La diferencia entre gobernar y manipular es que el gobierno apela a la razón del gobernado, en tanto que la manipulación lo reduce a un simple objeto, a materia sobre la que se trabaja, sobre la que se ejercen presiones y fuerzas ante las que siempre reacciona. Es un ser enormemente inercial, por eso dice Zaratustra que es el que más tiempo vive. Para este hombre inerte, los únicos alicientes de la vida son sus lenitivos: deportes, cultura y turismo. Espectáculo y consumo.
La mención del "último hombre" es una bofetada que Zaratustra nos propina a cada uno de nosotros para inducirnos a salir de nuestro letargo. "Apelemos a su orgullo", dice el profeta ante la acogida de su discurso sobre el superhombre. "¡Danos esos últimos hombres, Zaratustra! -gritaban a coro-. ¡Haznos como ese Ultimo Hombre, y quédate tú con tu Superhombre!" El superhombre adopta la opción opuesta a la del último hombre. Se convierte en un creador de valores, por lo tanto en un hombre que quiere mandar. Es, por una parte, ese tipo lleno de fuerza y salud, de amor por la vida, el hombre dionisíaco que nos describe en el "Nacimiento de la Tragedia". Por otro, es el tipo grave, sobre el que pesa la enorme responsabilidad que asume, que nos presenta Zaratustra.
El superhombre no es un conductor de masas, no es un caudillo. Desde luego, tampoco se trata de una superraza. Al contrario, se trata de un solitario. Está solo porque es un adelantado. Corre en vanguardia para que la senda que deja sea seguida por otros. Su grey será más o menos extensa, pero no se identifica con la masa. El último hombre no aceptará ningún criterio que ponga en riesgo su bienestar, la semilla ha de caer en un suelo lo suficientemente fértil. Dijimos que valorar es elegir, y elegir supone privarse de alguna de las opciones. Quien elige se inflige voluntariamente un dolor, y el que propone la elección es responsable de su propuesta. Cada uno, por su parte, es libre y responsable, pero el superhombre ha cargado sobre sus espaldas los anhelos de todos. Para comprender su carga yo recurriría al concepto existencialista de la angustia. La angustia proviene del hecho de que no existe redención. No hay un cielo que lave ningún sufrimiento sobre la tierra; al contrario, todo el dolor se ha de repetir. Lo que ya ha sido no puede cambiarse.
De este modo, la noción de superhombre se relaciona con el resto de los temas del libro. Es una cuestión central que no se explica por sí sola. Carece de sentido sin la idea de la muerte de Dios. Por otra parte, se identifica con el eterno retorno y el sentido de la tierra.
La doctrina del eterno retorno la formula Nietzsche en el aforismo 341 de "La Gaya Ciencia" en forma condicional: "¿Qué harías tú si un demonio....." El aforismo termina así: "¿Quieres que se repita esto una e innumerables veces?..." La respuesta que demos a esta pregunta calibrará nuestro amor por la vida, tal como la hemos vivido. Hemos de darnos cuenta de que la cuestión presenta dos vertientes. No se nos pregunta sólo si amamos la vida, se nos pregunta también si aceptamos su dolor. Y, en particular, al creador de valores se le pregunta si está dispuesto a cargar sobre los hombros de nuevo, una y mil veces, el peso de su responsabilidad. No es sólo que el tiempo retorne, como piensa el enano que porta a hombros Zaratustra ("de la visión y el enigma") y que nuestra vida se vaya a repetir. Es que nosotros la repitamos. En realidad, tras innumerables años de retorno, tanto da que todo se repita o no, lo que importa es el grado en que nosotros lo aceptamos, o lo queremos. Nuestra elección ha de ser irrevocable o no será verdadera elección. Esto es: no habremos vivido.
En el "Segundo Canto de la danza", Zaratustra conversa con la diosa vida. Elle le reprocha el no amarle tanto como dice, pues sabe que piensa abandonarla pronto. Entonces Zaratustra le susurra algo al oído, y la diosa, maravillosamente sorprendida, responde: "¡Lo sabes,oh, Zaratustra! ¡Eso nadie lo sabe...!". El eterno retorno es el amor a la vida, el sentido de la Tierra. Por esto puede decir Zaratustra en su primer discurso que el superhombre es el sentido de la tierra.
Voy a concluir con una última observación que considero útil para acercarse a la filosofía de Nietzsche. Sabemos que ésta presenta dos facetas:una negativa, de crítica a la cultura occidental; otra positiva cuyo tema principal es una suerte de digestión de la realidad del mal. En el "Nacimiento de la Tragedia" el autor afirma que toda vida entraña dolor, que la existencia presenta un trasfondo horrible que, o bien aceptamos, o bien dimitimos de ella. Desconozco si a esas alturas de su vida el autor ya había llegado a intuir el resto de sus doctrinas, pero, en todo caso, son hijas de ese temprano pensamiento.