Hace
ya tiempo que leí por primera vez este libro y desde entonces
he tenido que volver a él por uno u otro motivo. Ante todo,
hay que advertir que se trata de un libro de difícil lectura,
como toda la filosofía (tanto por lo que en él se dice
como por lo que no se dice), no demasiado adecuado para tener en la
mesilla de noche. Encontraremos, escritos en un lenguaje críptico,
afirmaciones contundentes y pasajes llenos de lirismo, discursos y
prédicas que nos obligarán constantemente a leer entre
líneas o a cazar, como una mariposa que pretende escapar de
entre nuestros dedos, al vuelo, un sentido que a menudo está
sólo sutilmente sugerido y que requiere de nosotros un notable
esfuerzo de interpretación. Es, por lo tanto, una obra que hay
que leer muchas veces. A su respecto, cabe decirle al autor lo que en
el conocido chiste le decía San Pedro a Jesucristo: "¡Maestro!
Cada día te quiero más por lo bien que te
explicas,...etc".
Nos
viene al pelo este chiste porque, en efecto, Nietzsche parodia en su
obra el estilo difícilmente calificable, entre solemne y
hermético, de los textos sagrados. Zaratustra es un profeta.
El personaje histórico vivió hacia el siglo VI a. de C.
en Persia, donde reformó la antigua religión irania, de
carácter politeísta y muy parecida al hinduísmo.
El zoroastrismo, que después Mani convirtió en
maniqueísmo, se caracteriza por tener dos deidades (aunque se
le considera una religión monoteísta) contrapuestas:
Ahura Mazda (que es el espíritu del Bien) y Ahriman (el
espíritu del mal). Nuestro Satanás es fruto de la
influencia que el mazdeísmo dejó en el judaísmo
cuando el cautiverio de Babilonia. Es Zaratustra quien instaura los
valores del Bien y del Mal, y también el encargado de
superarlos, en la obra de Nietzsche.
Ninguno
de los temas que trata en este libro, publicado entre 1883 y 1885, es
rigurosamente nuevo. Ciertos aspectos del nihilismo los esboza ya en
"Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extramoral", un opúsculo
de 1873, y después se irán repitiendo a lo largo de su
producción. Un anticipo del superhombre lo podemos encontrar
en la figura del hombre dionisíaco, cuyo concepto expone en
"El Nacimiento de la Tragedia", de 1872 y en la "Gaya
Ciencia", diez años posterior. Por lo que se refiere al
eterno retorno, la primera formulación la encontramos en la
"Gaya Ciencia", probablemente influído por Heinrich
Heine y Schopenhauer . El concepto de "retorno" es clásico
(Heráclito y Platón), aunque en Nietzsche no responde a
ese sentido cosmológico que tenía para los griegos. En
esto se acerca más a Dostoievski, quien en "Los Hermanos
Karamázov" (de 1881) lo usará con un sentido moral
muy próximo al existencialismo. Para Dostoievski, el hombre
está condenado a ser libre y, en el acto libre de elegir, ha
de tener en cuenta el carácter irrevocable de la elección.
En cada acto elegimos una vez, pero vale como si todo se repitiese
eternamente. Sobre este pensamiento volveremos más adelante.
En cuanto a la voluntad de poder y el sentido de la Tierra, podemos
verlos prefigurados o veladamente sugeridos en la respuesta de Sileno
a Edipo, que nuestro filósofo transcribe en "El
Nacimiento de la Tragedia". Dice Sileno: "¿Por qué
me fuerzas a que te revele lo que más te valdría no
conocer? Pero, ya que preguntas, te diré que lo mejor para el
hombre es no haber nacido, no ser, ser la nada. O, en todo caso,
morir cuanto antes". Inmediatamente después de repetir
estas palabras, Nietzsche se pregunta cómo es que, a la vista
de tan terrible respuesta, los griegos amasen tanto la vida.
El
libro comienza con la decisión de Zaratustra de volver entre
los hombres tras diez años de retiro y meditación en la
montaña. Con quien primero se encuentra es con un anciano que
conoció cuando el ascenso, un hombre santo con quien
intercambia unas palabras. Al separarse, Zaratustra se pregunta
sorprendido: "¿Será posible? Este santo varón,
metido ahí en su bosque, ¡no ha oído aún
que Dios ha muerto!". Dios ha muerto, esta es la terrible
certeza con que se inaugura la posmodernidad. ¿Pero qué
significa que Dios haya muerto? El autor bromea con la muerte de los
dioses. "Los dioses han muerto... de risa, al oir decir a uno de
ellos que es el único". Eliminar la figura de Dios o
suponer que Dios no es el único Dios es la misma cosa. Dios ha
muerto a manos de los hombres, pero no en un acto particular de
rebeldía, sino por olvido. Qué significa para Dios el
hecho de haber caido en el olvido se explica con las palabras con que
Zaratustra invoca al Sol de la montaña: "¿Que
seria de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas?"
Que Dios haya muerto no significa que nos hayamos librado de su
persona sino, sobre todo, que nos hemos librado de su oficio. Bien
entendido que el oficio de Dios es el de servir de fundamento a todo,
desde la moral a la "Verdad". Nosotros podemos substituir
la frase "Dios ha muerto" por esta otra: "No hay
hechos, sólo interpretaciones". Ambas tienen las mismas
implicaciones. El hecho bruto, el hecho verdadero, no existe, de modo
que carece de sentido hablar de "conocimiento" o de
"verdad". El primer párrafo de "Sobre Verdad y
Mentira en Sentido extramoral" es sumamente elocuente. Se trata
del texto más antropoexcéntrico (es decir, el menos
antropocéntrico) que he leído jamás. Lo
transcribo:
"En
algún apartado rincón del universo centelleante,
desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro
en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el
minuto más altanero y falaz de la ' Historia Universal' :
pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves
respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales
inteligentes hubieron de perecer. (...)"
Me
permito llamar la atención sobre el hecho de que estos
animales "inventaron" el conocimiento, además de la
brevedad del minuto que duró el espejismo. Me gustaría,
también, sugerir una comparación entre este texto y el
sistema geocéntrico de la astronomía tolemaica.
Permitidme
insistir en este punto. Para Platón, el mundo cotidiano es una
copia del mundo ideal. El centro del mundo aparente, según la
cosmología clásica, es la Tierra, y la Tierra es el
hogar del hombre, cuya cualidad definitoria es la razón. De
modo paralelo, el centro del mundo ideal es la idea rectora del Bien.
Pero bien considerado, ¿qué es la idea del Bien sino un
principio de racionalidad de cuanto existe?. En efecto, si la
Justicia consiste en el sometimiento de cuanto hay a la razón
(véase "República", libros I-III), y la
Justicia es a su vez la idea inmediatamente inferior al Bien, por lo
que a la jerarquía de las ideas se refiere, entonces el Bien
ha de ser la posibilidad misma de que todo pueda someterse a la
razón. Por eso el Bien es el fundamento de la Justicia. Sólo
si lo real es racional podrá someterse a la razón. Así
pues, el mundo ideal resulta ser también antropocéntrico.
También
el cristianismo considera la centralidad del hombre en la mente de
Dios. La razón humana y divina aquí son dispares,
incomparables, pero esta diferencia puede salvarse con el recurso a
la caridad. No sólo somos los reyes de la Creación, el
Pueblo Elegido pasa a ser toda la humanidad como consecuencia del
universalismo cristiano aplicado al particularismo judío. Dios
ama a todas sus criaturas, pero en particular al hombre, a quien ha
creado a su imagen y semejanza.. Y, en calidad de tal, ha sido
situado en el centro geométrico de la creación.. De ahí
la resistencia de la Iglesia a aceptar el heliocentrismo copernicano.
Según
Nietzsche, Dios comenzó a morir el mismo día de su
nacimiento, cuando Platón decidió descargar todo el
peso del ser en el otro mundo, en el mundo ideal. Por razones de
espacio me voy a privar del gusto de reproducir aquí otro
texto del "Ocaso de los Idolos" :"Cómo el mundo
verdadero acabó por devenir una fábula. Historia de un
error". El mundo verdadero, el ideal, es el fundamento del
aparente, el mundo cotidiano. Desaparecido el primero, se esfuma
necesariamente el segundo. Este es el sentido que Nietzsche le da al
término "nihilismo": no se refiere a la muerte de
Dios, sino al hecho de anteponer al mundo real supramundos ideales.
Donde dice "mundo verdadero" se puede leer "Dios".
El autor explica aquí cómo nuestro Occidente moderno se
ha olvidado de Dios.
Al
pretender que Dios deje de ser una idea rectora, no sólo hemos
perdido el fundamento de nuestro sistema de conocimiento, de la
ciencia y la moral. Se ha perdido también el sentido, el por
qué del uno y la otra. Hasta el momento, todos los hombres
creían, o se hacían la ilusión de que cuanto
hacíamos tendía a un fin inescrutable, pero fijado por
Dios. Los hombres creían en una Hstoria Universal que había
de progresar hacia tal fin a pesar de que nuestras acciones
particulares parecieran desmentirlo. Y no se trata de una cuestión
de fe. La idea de que el mundo progresa, de que avanza en un sentido,
nos es familiar a todos, tanto creyentes como ateos.
Mucho
más evidente aún, hemos perdido incluso nuestro puesto
privilegiado en el universo. Este es, sin duda, el síntoma más
evidente de la muerte de Dios, el modo en que más claramente
se nos manifiesta. La ciencia moderna se ha impuesto como meta una
explicación última del mundo natural al margen de
intervenciones sobrenaturales. Incluso para el más creyente de
los científicos. El desarrollo posterior de la física
-y también del arte, lo podemos decir ahora que vivimos en
época posvanguardista- ha tenido, a marcha cada vez más
acelerada, hacia una progresiva desantropomorfización, cada
vez obedece menos a lo que denominamos "sentido común".
Baste echar una ojeada a la física cuántica, por
ejemplo, o a la teoría de la relatividad. Nuestro humano,
razonable y euclídeo universo ya no existe. Por otra parte, al
menos desde Maquivelo sabemos que la acción política no
tiene como finalidad el bien del pueblo, sino la conservación
del Estado. Y con Kant aprendimos que la ley moral proviene del
reconocimiento del otro como un sujeto, de la pura conciencia de la
intersubjetividad. Dios ha ido desapareciendo de nuestro mundo,
relegado al olvido. Falta sólo extender el certificado de
defunción. Es una idea que ya no sirve para nada, que ya no
obliga, que ha llegado a ser inútil. Por tanto, una idea
refutada. La muerte de Dios no es la causa de que todo esto se
tambalee, es el hecho mismo de tambalearse.
Creo
que merecía la pena extenderse en el comentario de la idea de
la muerte de Dios. Sólo espero que lo apresurado de mis
palabras no haya servido para embrollar más el asunto. El caso
es que esclarecer esta primera profecía de Zaratustra nos
allana el camino para entender la segunda. Hay que tener en cuenta
que un profeta no es un simple adivinador de futuros. Toda profecía
versa sobre el presente. Profeta es el que conoce bien su época
y es capaz de ver en ella algo que nadie más ha visto. Ni
adivina ni predice, simplemente diagnostica a través de
síntomas, como un médico con la enfermedad de su
paciente.
Esta
segunda profecía es una moneda de dos caras, el superhombre y
el último hombre. Se trata de dos tipos humanos que resultan
del hecho de que la idea de Dios ya no rige. Vimos que la muerte de
Dios nos privaba de la posibilidad de emitir juicios de valor con
fundamento. Esto es, lo que antes creíamos valioso se nos
aparece ahora como falto de valor. Pues bien , de ahí a
considerar que lo que antes juzgábamos no valioso es ahora tan
válido como cualquier otra cosa, hay solo un paso. Es un paso
consistente, pero no consecuente. No tenemos por qué no darlo,
pero tampoco estamos obligados a hacerlo. es más, piesna
Zaratustra, es preferible no hacerlo. Y sin embargo, Nietzsche ve el
riesgo de que la mayoría lo dé.
Se
han desvalorizado nuestros antiguos valores, pero no podemos vivir
sin valorar. Vivir es valorar y valorar es elegir. Caben, pues, dos
opciones: o creamos un nuevo sistema de valores, o valoramos de forma
asistemática, desordenada, caótica. Al tipo humano que
elige la segunda opción Zaratustra lo conoce como el "último
hombre". De este modo, el último hombre valora sin
valores, elige sin criterios. En consecuencia, confunde lo valioso
con lo agradable. "Nosotros hemos inventado la felicidad",
dice. Lo terrible de la profecía de Zaratustra es que podemos
reconocer este tipo en el hombre muelle de nuestros tiempos, cuyo
agregado es lo que denominamos "masa".. Los anhelos de la
masa se reducen a una vida fácil de donde se ha eliminado la
responsabilidad. La responsabilidad tiene que ver con el riesgo de
elegir mal en una época en que ya no tenemos el apoyo de los
viejos valores. El último hombre declina tal responsabilidad,
no la quiere, no la asume, no quiere "mandar". Pero tampoco
quiere obedecer. En la "Rebelión de las Masas",
Ortega dirá que la masa es un tipo humano que cree que no
tiene obligaciones, sólo derechos. Se trata de un ejército
de lotófagos que vive ajeno a cualquier afán que no sea
el inmediato y, en su ceguera, se deja manipular con facilidad. La
masa es ingobernable, pero resulta manipulable. La diferencia entre
gobernar y manipular es que el gobierno apela a la razón del
gobernado, en tanto que la manipulación lo reduce a un simple
objeto, a materia sobre la que se trabaja, sobre la que se ejercen
presiones y fuerzas ante las que siempre reacciona. Es un ser
enormemente inercial, por eso dice Zaratustra que es el que más
tiempo vive. Para este hombre inerte, los únicos alicientes de
la vida son sus lenitivos: deportes, cultura y turismo. Espectáculo
y consumo.
La
mención del "último hombre" es una bofetada
que Zaratustra nos propina a cada uno de nosotros para inducirnos a
salir de nuestro letargo. "Apelemos a su orgullo", dice el
profeta ante la acogida de su discurso sobre el superhombre. "¡Danos
esos últimos hombres, Zaratustra! -gritaban a coro-. ¡Haznos
como ese Ultimo Hombre, y quédate tú con tu
Superhombre!" El superhombre adopta la opción opuesta a
la del último hombre. Se convierte en un creador de valores,
por lo tanto en un hombre que quiere mandar. Es, por una parte, ese
tipo lleno de fuerza y salud, de amor por la vida, el hombre
dionisíaco que nos describe en el "Nacimiento de la
Tragedia". Por otro, es el tipo grave, sobre el que pesa la
enorme responsabilidad que asume, que nos presenta Zaratustra.
El
superhombre no es un conductor de masas, no es un caudillo. Desde
luego, tampoco se trata de una superraza. Al contrario, se trata de
un solitario. Está solo porque es un adelantado. Corre en
vanguardia para que la senda que deja sea seguida por otros. Su grey
será más o menos extensa, pero no se identifica con la
masa. El último hombre no aceptará ningún
criterio que ponga en riesgo su bienestar, la semilla ha de caer en
un suelo lo suficientemente fértil. Dijimos que valorar es
elegir, y elegir supone privarse de alguna de las opciones. Quien
elige se inflige voluntariamente un dolor, y el que propone la
elección es responsable de su propuesta. Cada uno, por su
parte, es libre y responsable, pero el superhombre ha cargado sobre
sus espaldas los anhelos de todos. Para comprender su carga yo
recurriría al concepto existencialista de la angustia. La
angustia proviene del hecho de que no existe redención. No hay
un cielo que lave ningún sufrimiento sobre la tierra; al
contrario, todo el dolor se ha de repetir. Lo que ya ha sido no puede
cambiarse.
De
este modo, la noción de superhombre se relaciona con el resto
de los temas del libro. Es una cuestión central que no se
explica por sí sola. Carece de sentido sin la idea de la
muerte de Dios. Por otra parte, se identifica con el eterno retorno y
el sentido de la tierra.
La
doctrina del eterno retorno la formula Nietzsche en el aforismo 341
de "La Gaya Ciencia" en forma condicional: "¿Qué
harías tú si un demonio....." El aforismo termina
así: "¿Quieres que se repita esto una e
innumerables veces?..." La respuesta que demos a esta pregunta
calibrará nuestro amor por la vida, tal como la hemos vivido.
Hemos de darnos cuenta de que la cuestión presenta dos
vertientes. No se nos pregunta sólo si amamos la vida, se nos
pregunta también si aceptamos su dolor. Y, en particular, al
creador de valores se le pregunta si está dispuesto a cargar
sobre los hombros de nuevo, una y mil veces, el peso de su
responsabilidad. No es sólo que el tiempo retorne, como piensa
el enano que porta a hombros Zaratustra ("de la visión y
el enigma") y que nuestra vida se vaya a repetir. Es que
nosotros la repitamos. En realidad, tras innumerables años de
retorno, tanto da que todo se repita o no, lo que importa es el grado
en que nosotros lo aceptamos, o lo queremos. Nuestra elección
ha de ser irrevocable o no será verdadera elección.
Esto es: no habremos vivido.
En
el "Segundo Canto de la danza", Zaratustra conversa con la
diosa vida. Elle le reprocha el no amarle tanto como dice, pues sabe
que piensa abandonarla pronto. Entonces Zaratustra le susurra algo al
oído, y la diosa, maravillosamente sorprendida, responde: "¡Lo
sabes,oh, Zaratustra! ¡Eso nadie lo sabe...!". El eterno
retorno es el amor a la vida, el sentido de la Tierra. Por esto puede
decir Zaratustra en su primer discurso que el superhombre es el
sentido de la tierra.
Voy
a concluir con una última observación que considero
útil para acercarse a la filosofía de Nietzsche.
Sabemos que ésta presenta dos facetas:una negativa, de crítica
a la cultura occidental; otra positiva cuyo tema principal es una
suerte de digestión de la realidad del mal. En el "Nacimiento
de la Tragedia" el autor afirma que toda vida entraña
dolor, que la existencia presenta un trasfondo horrible que, o bien
aceptamos, o bien dimitimos de ella. Desconozco si a esas alturas de
su vida el autor ya había llegado a intuir el resto de sus
doctrinas, pero, en todo caso, son hijas de ese temprano pensamiento.