En
broma se puede decir incluso la verdad. Es más, hay asuntos en
que, para quienes desean rebuscar por debajo de las apariencias y
para quienes se dirigen a ellos, el sarcasmo llega a ser el recurso
estilístico más adecuado. A su través siempre se
percibe una amargura apenas teñida de los colores suavemente
brillantes y cáusticos del limón. A pesar de que el
ironista y el sarcástico (o el "sarcáustico")
se alejan conscientemente de su objeto, no pueden evitar del todo su
contacto corrosivo, su efecto devastador como la resaca de una
borrachera que se contrae para olvidar. El sarcasmo es una defensa
poco útil, por eso resulta una figura retórica tan
poderosa.
Admiro
a los pesimistas que saben serlo, no tanto a los que se disfrazan con
mucho tabaco y cataratas de alcohol y en absoluto a quienes
identifican el pesimismo con los estupefacientes. Un pesimista comme
il faut jamás huye de sus angustias, tratará de
sacar provecho de ellas, de burlarse, y, si acaso las muestra
maquilladas, lo hará de modo que los afeites no las eclipsen
del todo. Sufrirá no sus dolores, ni los ajenos, no estos o
aquellos males, sino el mero hecho de que puede haberlos.Y además
ha de huir de toda afectación. Desde luego, es más
fácil ser optimista. Seguro que podemos reunir un nutrido
catálogo de nombres, pero a quien yo tengo en mente ahora es a
Javier Krahe.
No
puedo presumir de ser conocedor ni de su persona ni de su obra. La
verdad es que durante muchos años lo único que podía
recordar de él es su conocidísima "Cuervo
Ingenuo", pero rebuscando por aquí y por allá
últimamente he tenido acceso a algunas otras de sus canciones.
Entre ellas, "El Tío Marcial", cuyo título
encabeza estas líneas.
Más
que de "canciones" tendríamos que hablar de
"recitaciones", porque Krahe las ejecuta apenas entonadas,
aunque marcando bien el ritmo, y con un acompañamiento
instrumental extremadamente sobrio. El efecto sobre el oyente es
inmediato. Si aguzamos el oído alcanzaremos a percibir la
efervescencia de su ácido sobre la superficie bruñida
de las almas de quienes escuchan. Exactamente lo mismo que si
vertiésemos agua regia sobre una superficie de mármol.
Krahe, a juzgar por los retratos que he podido contemplar, tiene un
rostro triste, de hombre que se sabe oscuro y que decide mantenerse
al margen porque no le interesa la primera línea, o acaso
porque ha desistido de llegar a ella. Y en ese rostro enjuto,
mientras canta, imagino una sonrisa distante, inteligente y amarga, y
unos ojos ensimismados que podrían no estar mirando a nadie.
El
tío Marcial es un trasunto de su autor, un hombre inspirado e
inteligente, pero alejado del público. No es un cateto ni un
fracasado, pero siente que el tiempo se le escapa de las manos y que
probablemente se ha llevado sus posibilidades de cumplir las propias
expectativas. La canción es un diálogo del protagonista
con la muerte, narrado en tercera persona y que comienza así:
-¿Tan
pronto por aquí?
Dijo el tío Marcial
con un gesto de asombro
cuando la vio venir
con su blanco sayal
y la guadaña al hombro.
-Tengo mucho que hacer,
no me puedo morir,
vete a cortar el césped.
Dijo el tío Marcial
con un gesto de asombro
cuando la vio venir
con su blanco sayal
y la guadaña al hombro.
-Tengo mucho que hacer,
no me puedo morir,
vete a cortar el césped.
Al
escucharla por primera vez no pude evitar traer a la memoria los
versos del "Romance del enamorado y la muerte", que Amancio
Prada canta de manera magistral:
Yo
me estaba reposando
anoche, como solía.
Soñaba con mis amores
que entre mis brazos tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor,
por dónde has entrado, vida?
-No soy el amor amante:
la muerte que Dios te envía.
-¡Oh, muerte tan rigurosa
déjame vivir un día.
-Un día no puedo darte,
una hora tienes de vida.
anoche, como solía.
Soñaba con mis amores
que entre mis brazos tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor,
por dónde has entrado, vida?
-No soy el amor amante:
la muerte que Dios te envía.
-¡Oh, muerte tan rigurosa
déjame vivir un día.
-Un día no puedo darte,
una hora tienes de vida.
Es
claro que esta blanca señora llega siempre demasiado pronto, a
juicio de quienes han de recibirla, ignorante de los planes que
necesariamente ha de truncar y sin anunciarse. Su virtud es no
encontrar a nadie preparado. Y la nuestra, vivir como si nunca fuera
a visitarnos.
Recuerde
el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte,
tan callando.
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte,
tan callando.
Sorprende
la familiaridad, incluso el desdén, con que el tío
Marcial recibe a su visita. A pesar de que se adelanta a sus planes
ya lleva tiempo esperándola. Desde luego, no es un hombre
joven. Un joven la vería con horror, lleno de angustia
trataría de zafarse de su presencia, huir, aferrarse a la vida
de la que espera aún tantos goces... A toda costa trataría
de retener la tibia primavera que apenas ha conocido y cuyo deleite
se le arrebata demasiado pronto. El viejo, sin embargo, ya ha vivido.
En él sólo hay tristeza, el dolor de marchar con unas
manos que se le antojan vacías, la visión repentina de
que cuanto ha hecho no pesa nada al lado de la inmensa oscuridad que
le aguarda. Quizá la pena de saber que todo podría
haber sido de otra manera. En el frío cualquier vestigio de
calor se disipa con facilidad y sin dejar rastro, pero es frío,
y un ineludible abandono, lo que le cabe esperar. Puede que haya
miedo, pero no es un miedo que horrorice. En tanto que el joven llora
por lo que no ha conocido, por lo que se le ha negado, el viejo se
lamenta por el tiempo perdido, por lo que tuvo a la mano y no supo
aprovechar.
Pero
la visitante no se deja enternecer por las cuitas de su pupilos e
ignora sus argumentos.
-Al
contrario, Marcial,
te debieras sentir
feliz de ser mi huésped.
Has trabajado bien,
hora es de descansar
bajo losa de mármol
para quien, como tú,
al mundo ya dejó
un hijo, un libro y un árbol.
te debieras sentir
feliz de ser mi huésped.
Has trabajado bien,
hora es de descansar
bajo losa de mármol
para quien, como tú,
al mundo ya dejó
un hijo, un libro y un árbol.
Ningún
hombre puede hacer más bajo el cielo. Encriptadas en las tres
categorías que el tópico trivializa se encuentra todo
cuanto una persona es: El cuerpo que, aunque muera, se perpetúa
en la descendencia; el espíritu que, aunque olvide, podrá
ser recordado; la impronta que deja en el mundo, arraigada en la
tierra con vocación de eternidad. Al menos, lo que ha sido ya
no puede cambiarse. Y lo mismo que el árbol renovará su
savia cada primavera, la propia descendencia se renovará de
generación en generación mientras el mundo dure. "¿Qué
más te da, Marcial -parece decir la muerte-, si ya me has
vencido? Yo represento la posibilidad de que sigas viviendo".
Pero
el pesimista sabe que se le tiende una trampa.
-El
árbol que planté,
benemérita acción
porque ya quedan pocos
en mi pobre ciudad,
era un sauce llorón.
Llorón, pero sin mocos.
Pero resulta que
tenían otro plan
las urbanizaciones.
Pobre sauce llorón,
ya secó el alquitrán
tus verdes lagrimones.
benemérita acción
porque ya quedan pocos
en mi pobre ciudad,
era un sauce llorón.
Llorón, pero sin mocos.
Pero resulta que
tenían otro plan
las urbanizaciones.
Pobre sauce llorón,
ya secó el alquitrán
tus verdes lagrimones.
Lo
mismo que se renuevan las generaciones, también el mundo ha de
dejar morir sus viejas estructuras para crear otras nuevas. Es un
iluso el que pretenda ver en él algo perdurable, y más
aún el que pretenda dominarlo y erigir en él algo
perdurable. Precisamente, el mundo es lo que no controlamos. Es "yo"
lo que puedo controlar; es "mundo" todo lo que escapa a mi
dominio. Marcial ve su tesis como una pura tautología, en
tanto que en su visitante advierte una flagrante contradicción.
Quizá la razón sea optimista y crea en el progreso,
pero la lógica es pesimista y sabe que una cosa siempre será
igual a sí misma. El mundo no es yo.
Marcial
continúa exponiendo su argumento:
-El
libro que escribí,
y que a nadie plagié,
era un grueso volumen
donde con ilusión
puse todo lo que
guardaba en el cacumen.
Pero resulta que,
sopesando el papel
de muy mala manera,
dijo el inquisidor:
"A la pira con él".
Y pereció en la hoguera.
y que a nadie plagié,
era un grueso volumen
donde con ilusión
puse todo lo que
guardaba en el cacumen.
Pero resulta que,
sopesando el papel
de muy mala manera,
dijo el inquisidor:
"A la pira con él".
Y pereció en la hoguera.
Así
como el cuerpo busca perdurar renovándose en generaciones
sucesivas, el espíritu tiende a eternizarse en su memoria.
Allí será también renovado del modo que le
cuadra a su naturaleza. El espíritu, para sobrevivir, ha de
ser recordado y transformarse en cultura. La cultura es la vida del
espíritu, pero precisa de otro espíritu que quiera
recibirla y asimilarla. Sin esa voluntad de nuestros sucesores, cada
hombre particular está condenado al olvido. Por tanto, no
importa que Marcial haya trabajado bien si su libro ya ha sido
destruido en la hoguera. Ningún provecho hay en que en él
haya vertido cuanto de valioso había en sus vivencias, porque,
una vez perezca, ya será imposible que puedan ser recibidas
por nadie. De nuevo, nuestro protagonista advierte el engaño
de su huésped. Su individualidad está, de todos modos
perdida, pero ni siquiera puede aspirar a esa inmortadilad difusa que
le garantizaría su entrada en la posteridad.
No
le queda a Marcial más posibilidad de trascendencia que su
hijo. Pero para que pueda sentirse vivo en sus descendientes ha de
existir entre ellos cierta continuidad que percibe rota. No basta la
mera transmisión de genes, la pura biología no ofrece
el sentido que espera. El hijo ha de vivir la vida del padre en la
tierra del padre, en la patria. Sin embargo, ni la sociedad ni el
país donde vive permiten tales extremos. El posesivo que
emplea Marcial para referirse a su tierra no alcanza ni para mantener
vivo su árbol. Ni el padre ni el hijo tienen tierra. No tienen
patria. Son extraños en el país en el que viven, es un
país inhospitalario e invita a abandonarlo.
-Y
el hijo que me dio
mi adorada mitad
nos salió inconformista,
o quizá intelectual,
o emigrante quizá,
o, en fin, quizá turista.
Porque resulta que,
nacido en un país
de gritos iracundos,
tuvo que abandonar
y ahora vive en París.
Se fue por esos mundos.
mi adorada mitad
nos salió inconformista,
o quizá intelectual,
o emigrante quizá,
o, en fin, quizá turista.
Porque resulta que,
nacido en un país
de gritos iracundos,
tuvo que abandonar
y ahora vive en París.
Se fue por esos mundos.
Llegado
a este punto, Marcial se da cuenta de que no ha vivido. Necesita
vivir de nuevo, enderezar su fracaso. También es posible que,
seguro ya de que la muerte le ha derrotado, se niegue a que también
le derrote la vida. Imagina una segunda oportunidad. Si tuviera otra
oportunidad no repetiría sus errores, actuaría de otro
modo. Probablemente piensa en ello, pero sucumbe a su amargura y
decide tomarse la revancha. Ya se ha esforzado en vivir con la frente
alta, y se ha dado de bruces con todos los dinteles. Es viejo y ha
aprendido que sólo reptando puede eludir el dolor. Así
pues, si tuviese una segunda oportunidad no se molestaría ya
en caminar erguido.
-Y
la próxima vez
te juro que seré,
oh patria, algo más práctico.
Te dejaré un borrego,
una fotonovela
y una flor de plástico.
te juro que seré,
oh patria, algo más práctico.
Te dejaré un borrego,
una fotonovela
y una flor de plástico.
Marcial
es un hombre inteligente. No se ha dejado embaucar por las mentiras
de su visitante y ha argumentado contra sus pretensiones del único
modo a su alcance. Pero ha olvidado que contra la muerte no valen ni
razones ni pretextos. Su tiempo ha concluido. Pero no sólo su
tiempo, también su esperanza. La Blanca Señora ha de
abrirle los ojos al infinito abismo que le aguarda. Marcial ya no
dirá nada más, ignoramos si por falta de tiempo o presa
quizá de estupor, anonadado por la inmensa oscuridad que no
había acertado a ver hasta entonces.
-No
habrá próxima vez,
déjalo ya Marcial,
le respondió la muerte.
La guadaña zumbó,
así que menos mal:
hemos tenido suerte.
déjalo ya Marcial,
le respondió la muerte.
La guadaña zumbó,
así que menos mal:
hemos tenido suerte.
He
aquí el supremo toque de humor de Krahe. La guadaña
zumbó y zumbará para todos, pero nosotros hemos tenido
suerte: nos hemos librado del borrego, de la fotonovela y de la flor
de plástico. Marcial no vivió el tiempo suficiente para
llegar a perpetrar su venganza, murió sin haber podido
siquiera planteársela seriamente. ¿No será que
la salvación definitiva de la Humanidad depende en último
término de la fugacidad de la vida de los individuos? ¿Nos
hemos planteado alguna vez hasta qué extremo de desesperación,
desánimo y estulticia llegaríamos de vivir, por decir
una cifra, sólo cien años más?