Es
cosa sorprendente el comprobar que muchas de nuestras más
sagradas certidumbres, de nuestras convicciones más arraigadas
-incluso las que creemos hijas de razones fundamentales y sobre las
que apoyamos el cuerpo entero de nuestros conocimientos- no son sino
peticiones de principio, postulados de carácter metafísico
que no pueden emanar de la experiencia precisamente porque han de
guiarla. Pura ideología, en definitiva. Fue Kant, creo, el que
afirmaba que las intuiciones sin conceptos son ciegas, y los
conceptos sin intuición son vacíos. Lo que esta
sentencia kantiana nos dice es que, en última instancia,
ninguna intuición se nos da fuera de sus formas a priori de
espacio y tiempo, y que estas formas no están en las cosas que
intuimos sino que configuran de antemano el modo en que las intuimos.
En consecuencia, la realidad que percibimos no coincide con la cosa
en sí que origina nuestras percepciones. Curioso modo, a mi
juicio, de enmendarle la plana a Descartes al tiempo que se le da la
razón en todo.
Las
formas a priori de la sensibilidad son, según Kant, el espacio
y el tiempo. Sin embargo, parece que Descartes consideraba el espacio
como una idea innata, es decir: no procedente de la experiencia sino
nacida de la mera consideración del entendimiento. También
el movimiento, o su posibilidad. Y de la consideración
simultánea de espacio y movimiento surge la idea de tiempo.
Pero no es mi tema la comparación entre el pensamiento de
Descartes y de de Kant, y si lo he traído aquí a
vuestra consideración ha sido sólo para destacar la
naturaleza apriorística de ciertas ideas básicas. Lo
cierto es que, tanto si las consideramos ideas innatas o formas a
priori de la intuición, espacio y tiempo son imposiciones del
observador sobre lo observado, imposiciones que le permiten
convertirlo en realidad.
Gracias
a un argumento de orden teológico Descartes podía
considerar sus ideas innatas no ya sólo como adecuadas para
representarse el mundo, sino incluso de modo que estableciesen con él
una suerte de relación de equivalencia que le autorizaba a
afirmar su existencia absoluta. En consecuencia, el filósofo
francés podía estar seguro de no engañarse al
aplicar sus ideas innatas para conocer algo del mundo. Y lo que podía
conocer aplicando su método era que el mundo material se
identificaba con lo que él denominaba "extensión".
La extensión no es otra cosa que la propiedad primaria -es
decir, conocida de manera intelectual- que poseen los seres de ocupar
un espacio. Y, como es cosa clara que nada sino Dios mismo es
infinito, de ello se sigue que cualquier cosa extensa -dado que en
modo alguno puede ocupar todo el espacio- posee también como
característica primaria la posibilidad de movimiento. De
hecho, a Descartes se le atribuye la primera formulación de la
ley física de la conservación del movimiento, cosa que
no es exactamente lo mismo que una ley de inercia pero que se le
parece bastante. Ahora bien, el que las cosas sean extensas significa
que el espacio que ocupan es privativo de ellas pues, de otro modo,
no les correspondería de suyo ninguna extensión. Si dos
objetos pudieran ocupar simultáneamente el mismo espacio, no
estaríamos autorizados a considerar ese espacio como la
extensión de cualquiera de ellos. De esta manera podemos
construir la idea innata de impenetrabilidad, que también
atribuimos a los seres de manera intelectual sin necesidad de
recurrir a la experiencia. De este modo tan racionalista, tan del
gusto cartesiano, hemos podido construir, partiendo de ideas innatas
que no dependen de la experiencia y ejecutando sólo las
operaciones del entendimiento que tampoco dependen de ella, la idea
moderna de materia: extensión, impenetrabilidad e inercia. Y
esta idea está aún vigente para la mayoría de
nosotros, excepción hecha de esos matemáticos orates
que se empeñan en tratar de comprender la física
contemporánea.
Con
estas piezas estamos ya suficientemente pertrechados para reconstruir
lo que podríamos calificar como la ideología cartesiana
del mecanicismo. En efecto, si la cantidad de movimiento es constante
y los cuerpos se mueven libremente; si chocan unos con otros y se
comunican su ímpetu de manera que la detención y el
reposo de unos sea la causa del movimiento de los otros, entonces es
cosa clara que se puede entender el orbe como un conjunto de
mecanismos interconectados, o como un gran mecanismo universal. Todo
mecanismo requiere de un mecánico que lo construya y lo
mantenga, pero, a diferencia de lo que ocurre con la presunta teoría
del Diseño Inteligente, aquí la existencia del relojero
no es la consecuencia lógica de la existencia del reloj, sino
la primera idea innata que fundamenta y da coherencia al resto. Pero,
aunque no desdeño la ocasión de hacer notar que tal
teoría no es cosa nueva y nos deja un regusto de "deja
vu", no es mi propósito hablar del Diseño
Inteligente.
Así
pues, Descartes pretende explicarlo todo mediante su metáfora
del mecanismo -lo mismo el movimiento de los astros que la fisiología
de un organismo vivo- y el propio desarrollo técnico de su
época le autoriza a ello. Se construyen relojes cada vez más
precisos y bellos autómatas que reproducen los movimientos
humanos y de otros animales, y que embellecen los horologios a la vez
que simulan un concierto de bronces. De modo paralelo, una incipiente
industria comienza a tontear con los ancestros de las máquinas
de vapor. Pero, a pesar de las sutilezas mecánicas de un
Blaise Pascal y su máquina calculadora -que reproduce ya una
operación del intelecto, aunque la más rudimentaria-
seguirá prevaleciendo la irresoluble distinción
cartesiana entre la "res extensa" y la "res cogitans",
entre la materia y el espíritu. Sólo un nexo de unión,
según Descartes, hay entre ambas substancias: la glándula
pineal humana. Ocurre, no obstante, que hasta el momento ningún
fisiólogo ha podido identificar en ella semejante función,
como es fácil comprender. Sin embargo, se trata de una función
necesaria si pretendemos explicar cómo es posible que el
animal humano se rija por la razón, como los ángeles, y
no por los instintos, como los brutos.
Como
ser inserto en el mundo, el hombre es también una máquina.
El destino que en el siglo XVII aguardaba a quienes hurgaban en los
entresijos de un cuerpo humano era, quizá, la hoguera; pero
hoy en día estamos muy acostumbrados a aprender de quienes lo
hacen que los músculos de nuestro organismo tiran de los
huesos de manera análoga a la de un resorte que mueve
cualquier palanca en una máquina. Hemos calculado la energía
que necesitamos, la potencia de nuestros motores, la física y
la química que explica nuestro funcionamiento, e incluso hemos
reducido lo más íntimo de nuestro ser y de nuestra
personalidad a algo así como una mera función, a pesar
de que apenas estamos comenzando a entender la química de
nuestra genética y nuestra neurofisiología.
En
sus pretensiones mecanicistas Descartes era mucho más modesto
que nosotros. Desde el punto de vista cartesiano, la máquina
es sólo el cuerpo, cuyo gobierno es asunto de otro tipo de
substancia: el espíritu, la "res cogitans". En esto
no hace otra cosa que reproducir lo que podía saber acerca de
las máquinas: artefactos que gobierna una consciencia
inteligente. Pero, llevada la metáfora a la máquina
humana, al francés se le plantean algunos problemas. En primer
lugar, necesita explicar el nexo de unión entre nuestra
naturaleza extensa y nuestra naturarela inextensa, para lo que
recurre a lo que yo calificaría de subterfugio de la glándula
pineal. Bien mirado, esta cuestión queda sin aclarar. En
segundo lugar, necesita explicar cómo es posible que una
naturaleza inextensa interactúe con una naturaleza extensa.
Tampoco aquí aclara nada, y me parece que Descartes se ampara
en la creencia cristiana de un alma inmortal de origen sobrenatural,
el "soplo" que Dios insufla en el barro y que perdemos
cuando expiramos.
Por
el contrario, nuestro concepto actual de "máquina"
es algo mucho más evolucionado. Para nosotros, máquina
ya no es sólo el mero mecanismo, sino también su
gobierno. Un ingeniero del siglo XVI (pensemos en Da Vinci) sólo
considera palancas y resortes, y así es como consigue, por
ejemplo, que no funcionen sus ingenios voladores. Dos siglos más
tarde, James Watt ya sabe que en sus diseños no puede
prescindir de la ciencia física. Sólo unas décadas
después un ingeniero se ve obligado a saber mucho de
termodinámica. El ser humano ya no es sólo, en
consecuencia, ese amasijo de palos y cuerdas que había
imaginado Descartes. Ahora cuenta la energía, se cuenta la
energía y denominamos a la que sobra con el poco grato
apelativo de "tocino". La máquina no es sólo
mecánica, sino también termodinámica. Y aún
estamos en el siglo XIX. La natural evolución de esta máquina
termodinámica tiende a una progresiva automatización.
Nosotros,
en nuestra más rabiosa actualidad aunque se vislumbra desde
hace algunos años, estamos al final del proceso de
automatización y en el comienzo de otra cosa. Y no sabemos muy
bien adónde vamos a ir a parar. Máquina automática
no es sólo la que funciona sola, sino la que lo hace con
arreglo a una serie de pautas previamente establecidas, un programa.
Si los sistemas automáticos son lo suficientemente complejos,
este programa puede ser cifrado según un código. Es
decir: un lenguaje.
En
este punto me veo obligado a pedir disculpas por comentar cosas
sabidas por todos, y por hacerlo de manera tan sumaria. Pero me
interesa destacar que, si suministramos nuestras órdenes por
medio de un lenguaje, entonces -aunque quizá estemos cayendo
en un cierto antropomorfismo- podemos afirmar que nos comunicamos con
la máquina. Comunicación es intercambio de información,
y requiere un emisor, un receptor, un código y un mensaje; y
todos estos requisitos se cumplen en nuestra interacción con
ella. Y en ambos sentidos, como todo el mundo puede comprobar
simplemente manejando el mando a distancia de su aparato de
televisión. Nosotros vamos suministrando órdenes y el
aparato nos va solicitanto las necesarias para concluir la secuencia,
o nos indica, si procede, que está lista para su normal
funcionamiento. Y cuanto más versatil sea nuestro aparato,
tanto más compleja y rica será la información
que intercambiamos. Es fácil imaginar que, independientemente
del estado actual de nuestra tecnología, el grado de
versatilidad y de complejidad de nuestras máquinas puede ir
aumentando progresivamente hasta alcanzar el máximo posible.
También
es posible imaginar que nuestra comunicación con la máquina
no se restrinja a cuestiones meramente relacionadas con su
funcionamiento. De hecho, es posible abstraer el sistema de control
del aparato que controla -eso es lo que solemos llamar un PC- y en
ese caso nos puede servir para controlar una gran variedad de
mecanismos, o ninguno, y nuestra comunicación con él
puede llegar a ser muy diversa. Cuando trato de representarme cómo
hemos llegado a concebir la posibilidad de una inteligencia
artificial siempre recorro el camino que estoy trazando ahora. El
ordenador presenta varios paralelismos con un cerebro humano: nos
podemos comunicar con él, controla una gran diversidad de
sistemas somáticos y extrasomáticos, y además
puede interactuar con el entorno de manera bastante similar a como lo
hace un cerebro sirviéndose de otros dispositivos de cuya
naturaleza, si les llamamos "sensores", todos nos podemos
hacer una idea.
Así,
supongo, es como hemos llegado a considerar nuestro cerebro como una
máquina (informática, en este caso) y nuestra
conciencia e inteligencia (que no sería otra cosa más
que un complejísimo conjunto de informaciones e instrucciones
recibidas y asimiladas a lo largo de toda nuestra vida y que proceden
tanto de otros individuos como de nuestro medio natural y social)
como programación, como software.
Ahora
bien, como comparación en la que ha desaparecido el término
comparativo, el esquema lógico de una metáfora -si es
que cabe hablar de forma lógica en estos casos- debería
ser el de una relación de equivalencia. Pensando sobre todo en
mi propia salud mental, creo que será mejor -y me lo habréis
de permitir- que deje esta cuestión de la forma lógica
de la metáfora en su mero enunciado. La metáfora
establece una cierta identidad entre la imagen y su referencia, la
una vale por la otra y viceversa. Es una relación de doble
sentido, de ida y vuelta. Esto, en nuestro actual contexto, explica a
las mil maravillas cómo es que hemos llegado a imaginar la
posibilidad de construir inteligencias artificiales. En efecto, si
concebimos nuestra inteligencia como hardware con su software,
entonces hemos de concebir la idea de producirla artificialmente, y
también de reproducirla. Como hemos reducido la conciencia a
mera información, ésta puede ser duplicada, copiada,
transferida. Paralelamente, con un hardware adecuado y por el mero
acrecimiento de su programación e información (ahora
podríamos decir "educación") deberíamos
llegar a una conciencia artificial. Precisamente porque la relación
es doble se nos ha llegado a ocurrir la idea de un robot, de una
máquina con forma humana.
Como
fiel reflejo de nuestro tiempo pesente, de nuestros anhelos y
nuestros miedos colectivos, alimentada por los logros tecológicos
en este campo, la ciencia-ficción ya se ha hecho cargo de la
metáfora mecaniscista aplicada a la mente desde have varias
décadas. Todos recordamos los relatos de robots de Isaac
Asimov, películas y novelas como Odisea Espacial o Blade
Runner (¿sueñan los androides con ovejas
electrónicas?), Robocop, Terminator o la ultimísima
Ex-machina. Incluso podríamos incluir en el mismo lote la
serie de Alien, porque nos lo permite el comportamiento maquinal del
monstruo, tan desprovisto de cualquier rasgo humano en su conducta,
tan fieramente determinado a la supervivencia que nos lo habríamos
creído de igual modo si nos lo hubieran presentado como una
espantosa máquina. Al fin y al cabo, el impulso de
conservación de esta criatura se asemeja bastante al de
cualquier empresa capitalista, la cual puede desprenderse de su
capital humano cuando las circunstancias lo requieren, y justificarse
con esas mismas circunstancias en una clara confusión entre
motivos y razones. Sin una consciencia, una máquina hará
razones de cada uno de sus motivos, y considerará justificados
todos los medios por sus fines. En estos casos, la empresa (es decir:
los humanos que la dirigen) muestra también una conducta de
máquina deshumanizada que es típica de los
totalitarismos.
Hasta
donde llego, donde más se ha zambullido la ciencia-ficción
en las consecuencias de la metáfora ha sido en la serie de
televisión "Stargate". Aslmov nos había
hablado de sus cerebros positrónicos y, en lo tocante a su
programación, se limitó a las leyes de la robótica,
de las que pudo extraer alguna pauta de conducta. A este respecto, la
elisión es el recurso narrativo más utilizado. Dejar
que el receptor rellene las lagunas. También los guinistas de
Stargate dan en lo mismo, pero a menudo nos muestran conciencias que
se pueden transvasar de unos cerebros a otros, de cerebros a
ordenadores, de ordenadores a cerebros. Nunca se ha visto tan
crudamente la conciencia reducida a puro software. Incluso se ha dado
el caso de que dos softwares compartieran un mismo hardware. Pero,
por alguna razón, estos mismos guionistas no se atrevieron a
dar el paso de presentarnos conciencias artificiales y plenas. Se han
atrevido a duplicar conciencias humanas, a hacerles una copia de
seguridad podría decirse, a manipularlas de mil maneras, pero
no a crearlas. Y yo me pregunto por qué.
En
Ex-machina se nos presenta una inteligencia artificial capaz de
simular con astucia, a fin de lograr sus fines, sentimientos humanos,
empatía. El robot ha sido creado con forma humana sexuada para
reforzar la empatía de los humanos hacia la máquina
pero, al fin , ésta no parece sentir ninguna hacia el
protagonista. Claro que el otro personaje humano tampoco parece
mostrarla. Supongo que se podrá interpretar la película
de mil maneras, pero yo sostengo que el robot finge tener
sentimientos hacia el protagonista, y el diseñador finge no
tenerlos. El criterio para la distinción entre la mera
inteligencia artificial y la consciencia es el de la empatía.
La empatía nace del reconocimiento en el otro de un ser
semejante a nosotros y, por semejante a nosotros, le concedemos
nuestros mismos derechos y atribuciones. Sin embargo, es claramente
comprensible que la máquina no haya reconocido en el
protagonista a un semejante. Por ello, para evaluar si se trata de
seres dotados de conciencia, importa atender a la relación
entre los androides entre sí. Y creo que el guionista ha
dejado muestra clara al final de la película de cómo es
esa relación. Al menos, ambos colaboran.
Como
es natural, el guión se decantará en un sentido u otro
dependiendo de la voluntad de los guionistas, y su decisión
nos habla principalmente de ellos. El guionista se retrata en el
guión. Nos vemos ante un dilema y tenemos las dos opciones.
Unos creen que es imposible crear un ser inteligente y consciente.
Dado que nos presentan hombres que poseen los medios para producir
inteligencias capaces de albergar conciencia, pero no para producir
la conciencia misma, se sigue de ello -en flagrante contradicción-
que la conciencia es algo irreductible a mera información y
que en consecuencia está fuera del alcance de cualquier
tecnología y posibilidad humana o natural. La conciencia
sería, pues, sobrenatural y queda pendiente la cuestión
de cómo interactúa con los seres naturales.
Por
otro lado, otros creen posible generar artificialmente la conciencia.
Se trata, por tanto, de algo natural que no requiere para su
explicación el recurso a seres sobrenaturales. Reducida a
información, la conciencia es predecible, determinada, no
libre, y la libertad no sería más que una ilusión
generada por la complejidad de los sistemas naturales que la
albergan, otra vez la confusión entre libertad y libre
albedrío. No conozco a nadie que comulgue impasiblemente con
esta idea, salvo que sea un canalla y entonces sólo por
interés, para exculparse. Representarse la conciencia a través
de la empatía resulta insuficiente porque parece necesario
también cierto recurso a la voluntad. El libre albedrío
es libertad y voluntad, no parece reductible a datos.
Gracias Toñín! Ha tardado en llegar pero ha sido muy constructivo, a ver si para el próximo no tenemos que esperar tanto ;)
ResponderEliminarP.D. Que sepas que el post ha generado un intenso debate sobre la comunicación jaja
Gracias por tu publicación, me ha parecido un artículo muy interesante, seguiré futuras actualizaciones de cerca, un saludo. :D
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